miércoles, 27 de abril de 2011

< Sin firma >

Hay veces en que no ser nadie es un alivio. Caminar rodeado de tantos que son más que uno, de gente que se ve importante, se siente guapa y hasta pasaría por elegante. No hay nada como perderse entre la multitud de hombres trajeados, todos escribiendo en su dispositivo móvil, todos en guardia. En este ajedrez, ¿quiénes no somos peones?

Sigo por el pasillo que me indican, detrás de otros dos que se ve que sí son alguien. Hago una fila con todos nosotros, los que no somos y los que tal vez sí, esperando pacientemente hasta que ellos -los que definitivamente sí son- terminen de ocupar los primeros asientos. En la puerta me recibe una azafata que hoy se ha puesto demasiado maquillaje y ha conseguido -mediante ese proceso- volverse un alguien y quedar registrada aquí, en esta libreta de ninguno. Pienso en como se vería la Valquiria vestida de azafata, en que habría que disfrazarla y hacerle una foto, o un poema, o hacerla parte de un cuento para postearlo en mi blog y así echar por tierra, sin más preámbulos, mi afanoso intento por no ser nadie para convertirme en esa-Serpiente-que-quería-escribir. Ése, el que también quería ser científico, o profesor, o ejecutivo o todos ellos a la vez.

Pienso que, cuando era niño, decidí que crecería para ser el mejor de los ningunos. Por eso intento ser todos ellos al mismo tiempo: para no ser nada. Tal vez lo que yo quería ser de grande era piloto de avión, solo que nunca me di cuenta y por eso conseguí no ser tan exitosamente. O quizá sólo tengo déficit de atención y, como no puedo concentrarme, soy una fotografía desenfocada, una gran mancha borrosa que no le pertenece a ningún rostro, con la identidad perdida más allá de la mirada, disolviéndose en su personalidad a plena luz del día.

Por eso estoy aquí, sentado en el avión, escribiendo estas cosas en lugar de leer el periódico o dormir, así como hace la gente normal. Por eso soy un cuerpo suspendido sobre la tierra, escudriñando las azoteas de los edificios, tripulante de la nave que soy yo mismo en una eterna cacería de luz.

Aquí arriba soy más nadie que ninguno y las nubes alfombran el sitio en el que debo estar. Aquí, puedo ser quien soy.

Aquí soy Don Nadie.






Una voz de mujer me ordena que me abroche el cinturón,
pero no dice mi nombre.

[Comienza el aterrizaje.]








martes, 12 de abril de 2011

Ninguna soledad como la tuya

Enrolla los cinturones de modo que la hebilla quede hacia afuera. Cuelga los pantalones por colores. Tiende la cama al levantarse, sin importar que ya sea de noche. Amontona botellas de agua Perrier en un estante de la cocina y velas decorativas sobre la mesa de la sala. Si pudiera elegir qué cosas llevarse a la isla desierta después de un naufragio se quedaría con su agenda, su taza de café -que es más un termo portátil- y alguna maleta de diseñador. Empaca en el último momento, cuando le llega la inspiración, y para no fallar lleva muchas cosas aunque termine por llevar muy poco de lo que realmente se necesita.

Siempre parece estar ocultando algo. Nunca ha encendido una vela. Aprende por imitación y, de alguna manera, es firme -muy firme- con sus principios, que parecen estar enterrados varios metros bajo tierra, como si fueran raíces. Camina mucho y tiene el don de producir soledad a su alrededor: no importa que esté acompañado.

Cuando está solo, se dice a sí mismo que extraña la compañía.


Pero no es verdad.




martes, 5 de abril de 2011

...Y si te encuentro [y si te encuentro]

El combustible se destila en mi garganta,
               una [tibia] llovizna                              ROJA
               se precipita sobre la pendiente
                              de marfil:
               suspira, tu cuello.

((Hace tanto (tiempo) que) te escribo (...).)

Desgarraré tus nubes,
                              beberé de tus tormentas, hasta saciar
                                                                    mi sed-de-recuerdos
(una tibia hemorragia, endulzando

                                                  a      b o r b o t o n e s ) .

               Sobre tu corazón las lenguas
                                                                 de mi incendio:

                                                                                NO me olvidarás.

viernes, 1 de abril de 2011

Punto Glotón






















Los gatos
                    no sangran,
                    no pertenecen,
                    no piden permiso,
                    no preguntan,
                    no responden,
                    no siguen,
                    no pierden el dominio del terreno,
                    no suplican,
                    no maldicen,
                    no presienten
                                               (porque siempre saben),
                    no recitan poemas
                    ni acuden a la cita
                        cuando los llamas.

Sentado a la mesa de la cocina, mirando el vértice luminoso donde Hilario se dispone a olvidarse del frío, me pregunto,

                                                                    ¿para qué es que nos tienen
                                                                                                      los gatos?