sábado, 24 de noviembre de 2012

Doméstico, animal.

Tenía los ojos abiertos en la obscuridad. En la habitación se escuchó un bufido largo, seguido de un silencio agudo, doloroso, sonriendo a medias y burlándose en la otra mitad. Por aquella época tuvimos un gato. También nosotros, como todos, teníamos un testigo mudo. Nuestro gato salió un día a la calle y no volvió nunca. Aún así, me parece que su sombra sigue acechando en los rincones dispuesta a rasguñarme si me descubro la piel, a mordisquear tus constantes titubeos, a fijar cada uno de nuestros tropiezos en sus brillantes pupilas amarillas.

En aquellos días tuvimos un gato que, a su vez, nos tenía a nosotros. Por las noches cantaba poemas empapados (de sol). Por las mañanas mojaba los bigotes en la taza de café, caminando junto a las ventanas para alcanzar una mancha de luz y beberse, con glotonería, nuestro amanecer en abrazos. Cierro los ojos e imito su maullido de memoria. El recuerdo viene a mí y se restriega contra mi pierna, en la cocina. Sigo explorando y visito una memoria de remolinos, de domingos largos y sábanas revueltas; esa es la memoria de un animal [doméstico] estirándose en  la obscuridad, dispuesto a embriargarse con todo aquello que queríamos ser (y fuimos, a veces).

Una noche, nuestro gato salió de cacería. Entre sus garras atrapó un momento, y diez, y cientos y los hizo jirones, evidencias desplumadas del descubrimiento del nosotros, de nuestro juntos. Teníamos el patio lleno de cuerpos sangrantes, de combatientes vencidos. Nuestro gato fue cómplice de aquello que se vive y se recuerda como lo que no debió pasar. Sin embargo, todo aquello tuvo que hacerse porque nuestro gato es así. Porque así es su sombra: un desencuentro, una duda constante, el equilibrio de lo que siempre está desbalanceado.

En el abrazo, el que pone la espalda es el que pone menos. Cierro los ojos y pienso en mi gato, en el gato nuestro de cada día, bebiendo la leche de los besos. En su cuenco de barro voy vaciando el alimento: memoria de palabras, de libros en la almohada, de manos tocándose sobre la mesa, de mezcal de olla, de paseos sin rumbo, de mole, de labios agrietados. Memorias de un jardín en el desierto.

¿A dónde vamos ahora? A ninguna parte, que ahí es a donde fuimos siempre. Vamos en busca de nuestro gato perdido. Tal vez lo que sucede es que nuestro gato a muerto y su fantasma pena en esta voluntad de no encontrarse nunca, de no lograrse nunca, de siempre desearte y de dolerme siempre. Tal vez esto yo me haya quedado con un gato ciego mientras tu conservas el brillo de dos redondos centinelas amarillos.

Tú puedes cerrar los ojos cuando quieras. Nuestro gato, nunca.

Te preguntas si no ha pasado nada. Yo pienso que aquello que no vivimos juntos forma parte de todo lo que vivimos (juntos). Pero no te respondo. 

No me preguntes a mí, pregúntale al felino que te observa en la penumbra, con los ojos fijos.

Pregúntale, si te atreves.



                                                  {Echado sobre una mancha de sol,
                                                  revuelvo mis sábanas de estambre.}

miércoles, 11 de enero de 2012

Tlaltecuhtli

Nutre mi sangre,
                          nutre su leche.

Si toda puerta es un escape, dime,
                                                      [Tierra] Madre,
¿a dónde conduce
esta fértil ansiedad de muerte?

{... el fruto de tu vientre...}