viernes, 13 de mayo de 2011

A la mañana (siguiente)

En general el proceso sigue un orden, aunque permite algunas ligeras variaciones. Yo, por ejemplo, doblo primero la pijama y la guardo en la repisa. Lo siguiente es arrancar toda la ropa –de cama- hasta que el colchón muestre sus carnes desnudas, para después irlo vistiendo poco a poco. Comienzo por la sábana de cajón, estirándola cuidadosamente hasta dejarla en un abrazo entallado. Despliego en el aire el siguiente lienzo y lo dejo caer lentamente, sabiendo que entre sábana y sábana quedará cubierto el cuerpo de tu ausencia, esa rendija en la que me deslizo cada noche (sin ti).
A continuación viene el momento de recostar las almohadas, primero la que usó tu nombre por la noche mientras la abrazaba, seguida por la que le ofreció a mi mejilla un beso de buenas noches como premio de consolación. Inseparables, ellas presienten el calor propio de las de su especie y continuan su charla sin tiempo, siempre una al lado de la otra. Después me ocupo en extender los cobertores, el que traje conmigo de otros olvidos, y otro más, el que me regalaste tú luego de aquella primera noche en que mis brazos no pudieron contener tu calor -y tuviste frío-.

En esta primavera todas mis noches son de invierno, aún las más calurosas, pero yo duermo tapado con tu fantasma

de la cabeza a los pies.

Yo, no quería tender la cama nunca.
Eso lo aprendí de ti.

1 comentario:

  1. Eso de la cama vacía, siempre me ha parecido una soledad escalofriante.


    Saludos.

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